miércoles, 11 de septiembre de 2013

Después de las pisadas




Se nos acaba la noche,
nos margina la luz y su intención,
bajo esta asamblea de sombras llegando,
fundiéndose a los límites del silencio,
tu cuerpo parece distinto, más lejano,
quieto en un azar solo tuyo.

Sobre el mismo temor de un sueño,
al filo de lo que entonces también sentimos,
la despedida parece hoy
una opción demasiado viva. O quizá
se mantenga atada a nuestros labios todavía,
porque pagamos el precio de antemano
de lo que no quisimos saber o no supimos ver.

Decir adiós no es mi fuerte,
me enseñaste a volver justo en ese instante
en que el deseo escoge el calor de un cuerpo
por miedo a dormir solo.

Pero se nos agota la noche, amor,
nos tantea,
viene en dirección contraria a la cama fría,
al humo turbio de la luna que vigila
pidiendo tiempo muerto a la razón,
a la distancia escrita en un amanecer
en el que acabamos de dejarnos.

Nada indica que mañana la vida tenga
ganas de cambiar las cosas,
comprender,
justificar los sentimientos,

echarnos una mano al otro lado de los años,
cuando se van perdiendo nuestras
huellas por los túneles de marzo,
y los pasos imprecisos y las pausas extrañas.

A nuestro alrededor
restos de bocas juntas
lamen los perros en la madrugada,
momentos de labio quemados por la luz
desnudan al diente por los besos.

Hoy sabemos que pronto,
cada paso que dimos en la noche,
morirá en las aceras después de las pisadas.


- José María Garrido -

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